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Y será predicado este evangelio del reino en todo el mundo, para testimonio a todas las naciones; y entonces vendrá el fin
El día en que tomaste la decisión de rendirte aceptando a Cristo como tu Señor y Salvador, pasaste a ser salvo. Invocar el nombre del Señor, clamar a él como la esperanza eterna para tu vida, es la clave para recibir el perdón de los pecados, reconcliación y la salvación eterna. Dios nos ofreció el mayor regalo que jamás se puede dar a alguien: la vida eterna. Está en nuestras manos aceptarlo.
Nuestro Señor y Salvador Jesucristo no cambia jamás. Él ha sido, es y siempre será igual, podemos confiar en su constancia a través de los tiempos.
Contrario a la naturaleza humana, Jesús (siendo Dios) es inmutable. Hoy es, dice y hace lo mismo que ha sido, hecho o dicho desde la eternidad y hasta la eternidad.
David, el mismo David que se había enfrentado al gigante Goliat cuando aun era adolescente, sentía temor porque habían personas que lo perseguían. Él no se avergonzó de reconocer su sentimiento de temor. ¿Qué hizo? Lo llevó ante Dios y eligió confiar en que su Padre celestial lo ayudaría.
¿Qué hacemos con nuestros temores? ¿Los reconocemos y los llevamos ante Dios? Podemos aprender a lidiar con nuestros momentos de temor de forma sana siguiendo el ejemplo de David. ¡Poniendo nuestra confianza en Dios!
Al inicio del capítulo 6 de Juan, Jesús alimentó a 5000 personas. El tema del alimento estaba en la mente de todos y muchos seguían a Jesús con la esperanza de que volviera a darles algo de comer. Otros recordaban cómo Dios había dado el maná al pueblo de Israel mientras vagaba por el desierto. Una vez más, pensaban en la comida física.
Pero Jesús los sorprendió diciendo «Yo soy el pan de vida». El pan que ellos necesitaban era el alimento espiritual. Por más llenos que estuvieran sus estómagos, si no saciaban su hambre espiritual, nunca se sentirían satisfechos. Y Jesús es el único que puede saciar el hambre o el vacío espiritual en el corazón de cada ser humano.
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